Etiquetas

, ,

andorra_en_familia«Tiempos difíciles nos ha tocado vivir…»

Esta y otras antiguas frases de nuestros abuelos re-aparecen para quedarse, al menos un tiempo. O al menos ese es el sentir de la población española actual, quien percibe «el ahora» con cierta inseguridad y desprotección, respecto al futuro que llegará sin demora. Una vida de incertidumbre en lo económico y laboral, sin duda plantea cierta improvisación a pesar de lo impredecible. Y en estas, es donde los seres humanos podemos mostrarnos resilientes, en lugar de derrumbarnos ante tales amenazas.

Todas las familias experimentan cambios a lo largo del tiempo y dichos cambios son visibles, en sus distintas etapas o transiciones: noviazgo, nacimiento del primer hijo, nido vacío o la marcha de los hijos del hogar, jubilación, enfermedad, vejez, muerte de un cónyuge. Uno de los actuales retos familiares consiste en ser capaz de crear nuevas configuraciones familiares, mostrando capacidad de transformación y de resolución de problemas. No es algo nuevo, aquello de que el Ciclo Vital de una familia está en continuo proceso de cambio y ampliación de etapas. Por ejemplo, la noción de adolescencia fue una creación del siglo XIX. Y es en nuestra sociedad occidental, donde los cambios (mayor longevidad, descensos de natalidad, presencia de divorcio, etc) se han sucedido drásticamente (Carter y McGoldrick, 1989). Sin embargo, sí es novedoso el motivo por el cual se está dando hoy en día, el principal cambio social del que aquí hablamos: recordando, el Ciclo Vital «Familia sin nido vacío».

La emancipación de los hijos o etapa familiar de nido vacío, planteaba una serie de retos en la pareja de padres que empiezan a mirarse desde lo conyugal, sin la presencia de los hijos en el hogar. Época de destierro en cuanto a crianza se refiere y de encuentro en la pareja y con uno mismo.

Una nueva etapa se contemplaba y es la de «Familia y nido lleno»: caracterizada por el regreso de los hijos al hogar o la no salida de los mismos. Se hablaba de aquellos jóvenes de entre 25-35 años, acomodados, por iniciativa propia o incentivados por muchos padres, que preferían seguir intensificando la etapa familiar con hijos y posponiendo así la siguiente, la de «nido vacío». Jóvenes que seguían estudiando y que muchos de ellos, iniciaban su experiencia laboral, sin asumir responsabilidades en el hogar y con plena disponibilidad de sus ingresos económicos, gestionados para sus salidas de ocio.  Llevando una vida cómoda, familiar y socialmente, sin llegar a plantearse vivir fuera del hogar materno. Parecieran no necesitar de su espacio personal diario o al menos, haber sabido compartirlo, con la familia de origen.

Ahora bien, en las relaciones humanas las prioridades cambian con el tiempo (Margaret Mead, 1972): los jóvenes que no pueden salir del hogar o que vuelven a él por exigencias del guión, es decir, dadas las circunstancias sociales – económicas imperantes en el mundo actual, sin trabajo a través del que subsistir… Vivencian de otra manera esta etapa de Ciclo Vital y por qué no decirlo, también les ocurre a las familias de origen, a los padres, a los que por edad y ciclo, les corresponde un ciclo de pareja, de encuentro con esta, de preparación para la vejez, desde la tranquilidad del hogar. «Aquí sufre hasta el apuntador», escuchaba el otro día decir. Es una manera de verlo, sin duda, bastante representativa del sentir. Por tanto, esta etapa resuena diferenciarla de «la etapa de nido lleno» y más nombrarla, como  «Familia sin nido vacío», por aquello de la obligatoriedad, más que de la comodidad.

¿Cuál será el reto de encuentro, más que de crisis, en la actual familia? Bateson decía que nunca estaremos del todo preparados para satisfacer las exigencias del momento, pero que podemos fortalecernos ante la incertidumbre. Entiendo con esto, que las transiciones del ciclo vital familiar se dan y las crisis constituyen un modelo de cambio y transformación. Quizás si como familia sabemos compartir los quehaceres cotidianos, del hogar y fuera de él, de cuidado, desde el compromiso y el respeto colectivo a la propia autonomía individual, podríamos hablar de una verdadera «organización familiar funcional».

Pittman decía que los problemas surgían cuando la familia trataba de evitar la crisis en vez de adaptarse a ella. Parafraseándole, como Terapeutas Familiares, tener en cuenta esta realidad cambiante conlleva a una reformulación en nuestras creencias y en nuestras intervenciones con las familias. La adversidad como un fuerte viento en la cara, molesto, que presiona «cambio», con o sin consentimiento. Tomándola como aversiva, mostrando resistencia a lo que esta llegando, negándola… O al contrario, encontrar su utilidad, aprendiendo del movimiento, incorporando.